UN CUENTO PARA CADA SEMANA
En esta sección iremos aportando "un cuento", reflexión para cada semana durante los tiempos fuertes y en ocasiones especiales. Comenzamos la sección con el cuentecito del primer domingo de ADVIENTO 2021. CUARESMA 2022
CUARESMA 2022
10 abril 2022. DOMINGO DE RAMOS
El peregrino, en Roma
Una vez fundada la Compañía de Jesús, en 1540, empezó la dispersión del grupo. Ignacio, el peregrino que había recorrido a pie tantos miles de kilómetros, iba a ser esta vez, y muy a su pesar, el que se quedase en Roma mientras los demás discurrían por unas partes y otras.
Francisco Javier será el misionero infatigable que llegue a Mozambique, las Indias y Japón. Pero Ignacio no podrá seguir su vida de peregrino. Roma es su destino, y quizás un poco su atadura. Aunque se resistió todo lo que pudo, los otros le eligieron Superior General de la Compañía de Jesús. Y el grupo ya no eran los primeros nueve, sino muchos más, porque desde muy pronto se empezaron a unir a ellos otros hombres deseosos de formar parte de ese mismo proyecto. Comenzó entonces una etapa de crecimiento vertiginoso; y de actividad incesante para Ignacio. Serían 15 años en los que se multiplicará su actividad, al frente de una orden religiosa que empezaba a moverse en todo el mundo.
Ignacio, en Roma, trabajaba, escribía cartas a todas partes, trataba de redactar unas Constituciones por las que se rigiese la nueva orden. Acompañaba a personas que querían hacer su mismo camino espiritual a través de los ejercicios espirituales, que al fin habían adquirido su forma definitiva. Era formador de los jóvenes que se unían a la Compañía. Intentaba ayudarles a hacer un itinerario interior que les prepararse para ser verdaderos apóstoles, en esta Europa que se veía sacudida por el terremoto que suponía la Reforma de Lutero.
Se comprometió en múltiples iniciativas apostólicas: el trabajo con prostitutas, la catequesis de niños, la creación de centros de formación para los nuevos jesuitas. No era fácil. Había obstáculos. Aparecieron enemigos, problemas internos y opositores externos. Una vez intentó dimitir, que eligieran a otro. Pero sus compañeros no lo aceptaron.
Así que pasó sus últimos años en Roma, al pie del cañón. Hasta que, en 1556, con 65 años de edad, le llegó la muerte en sus habitaciones romanas. Cuando murió Ignacio, la Compañía de Jesús contaba con más de mil jesuitas en cuatro continentes. Estaban en la India y Extremo Oriente, en Brasil, en Etiopía, en muchos países de Europa... Era sólo el comienzo. Ignacio fue canonizado el 12 de marzo de 1622, junto a su gran amigo Francisco Javier y otros tres insignes santos.
José Mª Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
3 abril 2022. QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
Amigos para toda la vida, proyectos comunes
Íñigo continuó su camino. Era tan fuerte su decisión de cambiar de vida, de tomar en serio sus estudios, de iniciar una nueva etapa, que se cambió de nombre. En París empezaría a firmar como Ignacio.
Esperó que llegasen sus compañeros, pero le dejaron plantado. Fue, seguro, un chasco. Pero Ignacio no era un hombre que se rindiese ante la contrariedad. Se había dado cuenta de lo interesante que resultaba, para su proyecto de ayudar a las gentes, no estar solo. De modo que, en París, a la vez que estudiaba, empezó a compartir con otros estudiantes lo que había descubierto en los tiempos de Manresa: una manera de rezar, de buscar la voluntad de Dios, de asomarse al Evangelio... es decir, lo que más adelante se llamarían ejercicios espirituales. Esto ayudó a muchos de ellos a decidir qué querían hacer con sus vidas.
Los años de París fueron intensos. Vivía de los donativos (hoy diríamos becas) de señores nobles de Bélgica e Inglaterra. Cursaba estudios eclesiásticos. Y fue juntando en torno a sí a un grupo de jóvenes que vibraban, como él, con la idea de irse a Jerusalén a predicar el Evangelio. Entre ellos, los dos con quienes le tocó compartir habitación en el colegio donde estudiaba: el saboyano Pedro Fabro y el navarro Francisco Javier.
Es bonito pensar en estos tiempos como tiempos de amistad. Una amistad profunda y juvenil. La amistad con la que se comparten los sueños, las risas, los planes, los proyectos. La amistad auténtica de quien deja que otro le conozca bien. La amistad capaz de confiar en otros. No fue fácil. Podría parecer que, sencillamente, coincidieron, se cayeron bien y ya está. Pero la verdad es que cada uno de ellos tuvo una historia distinta y no siempre fue fácil.
Quizás el más conocido de esos primeros compañeros, Francisco Javier, es el que, en contacto con Ignacio, dio un cambio más radical (y, también, el más largo y costoso). Seis años pasó Ignacio en París. Y a Fabro y Javier se unieron pronto otros amigos: Diego Laínez, Nicolás Salmerón, Simón Rodríguez, Nicolás Bobadilla... Estos compañeros trazan un plan ambicioso.
Imaginemos la situación. Debió de ser un tiempo fascinante. Es como cuando uno planea unas vacaciones o algún otro proyecto muy atractivo con sus amigos. Todo son ilusiones, emoción, ideas... con la salvedad de que lo que estos seis estaban planeando no era algo que les fuera a ocupar quince días o un mes, sino toda la vida. Decidieron ir a Jerusalén. Recuperaron el viejo sueño de Ignacio, pero esta vez en grupo. Querían vivir en Tierra Santa, tras los pasos del Jesús que a todos seducía. Ayudar allí a quien pudiera necesitarles. Y convirtieron el deseo en compromiso firme.
Eso sí. Escarmentados de la experiencia de que no se puede controlar el futuro, plantearon una alternativa. Si no pudieran llegar a Tierra Santa, irían a Roma y se ofrecerían para que el Papa les enviara donde quisiera, para trabajar gratis por el Evangelio al servicio de la Iglesia.
José Mª Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
27 marzo 2022 CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Amigos para toda la vida, proyectos comunes
Íñigo continuó su camino. Era tan fuerte su decisión de cambiar de vida, de tomar en serio sus estudios, de iniciar una nueva etapa, que se cambió de nombre. En París empezaría a firmar como Ignacio.
Esperó que llegasen sus compañeros, pero le dejaron plantado. Fue, seguro, un chasco. Pero Ignacio no era un hombre que se rindiese ante la contrariedad. Se había dado cuenta de lo interesante que resultaba, para su proyecto de ayudar a las gentes, no estar solo. De modo que, en París, a la vez que estudiaba, empezó a compartir con otros estudiantes lo que había descubierto en los tiempos de Manresa: una manera de rezar, de buscar la voluntad de Dios, de asomarse al Evangelio... es decir, lo que más adelante se llamarían ejercicios espirituales. Esto ayudó a muchos de ellos a decidir qué querían hacer con sus vidas.
Los años de París fueron intensos. Vivía de los donativos (hoy diríamos becas) de señores nobles de Bélgica e Inglaterra. Cursaba estudios eclesiásticos. Y fue juntando en torno a sí a un grupo de jóvenes que vibraban, como él, con la idea de irse a Jerusalén a predicar el Evangelio. Entre ellos, los dos con quienes le tocó compartir habitación en el colegio donde estudiaba: el saboyano Pedro Fabro y el navarro Francisco Javier.
Es bonito pensar en estos tiempos como tiempos de amistad. Una amistad profunda y juvenil. La amistad con la que se comparten los sueños, las risas, los planes, los proyectos. La amistad auténtica de quien deja que otro le conozca bien. La amistad capaz de confiar en otros. No fue fácil. Podría parecer que, sencillamente, coincidieron, se cayeron bien y ya está. Pero la verdad es que cada uno de ellos tuvo una historia distinta y no siempre fue fácil.
Quizás el más conocido de esos primeros compañeros, Francisco Javier, es el que, en contacto con Ignacio, dio un cambio más radical (y, también, el más largo y costoso). Seis años pasó Ignacio en París. Y a Fabro y Javier se unieron pronto otros amigos: Diego Laínez, Nicolás Salmerón, Simón Rodríguez, Nicolás Bobadilla... Estos compañeros trazan un plan ambicioso.
Imaginemos la situación. Debió de ser un tiempo fascinante. Es como cuando uno planea unas vacaciones o algún otro proyecto muy atractivo con sus amigos. Todo son ilusiones, emoción, ideas... con la salvedad de que lo que estos seis estaban planeando no era algo que les fuera a ocupar quince días o un mes, sino toda la vida. Decidieron ir a Jerusalén. Recuperaron el viejo sueño de Ignacio, pero esta vez en grupo. Querían vivir en Tierra Santa, tras los pasos del Jesús que a todos seducía. Ayudar allí a quien pudiera necesitarles. Y convirtieron el deseo en compromiso firme.
Eso sí. Escarmentados de la experiencia de que no se puede controlar el futuro, plantearon una alternativa. Si no pudieran llegar a Tierra Santa, irían a Roma y se ofrecerían para que el Papa les enviara donde quisiera, para trabajar gratis por el Evangelio al servicio de la Iglesia.
José Mª Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
20 marzo 2022 TERCER DOMINGO DE CUARESMA
El peregrino en busca de un destino
Íñigo continuó su camino, ahora sí, dejando que el protagonista fuera Dios, el Dios que descubría en Jesús pobre y humilde, tal y como lo veía en el Evangelio. Y siguió adelante con su plan de viajar a Jerusalén. No fue un viaje fácil. Los peligros e incidentes que podían sobrevenir en una época violenta como la de Iñigo eran enormes. Su viaje de Barcelona a Roma, de Roma a Venecia, y de Venecia a Jerusalén le llevó año y medio. Además, salvo algunas partes del trayecto en barco, ese recorrido lo hizo a pie y viviendo en pobreza radical, pues esa era su opción.
Todo para llevarse una nueva decepción. Y es que al llegar a Jerusalén no le dejaron quedarse allí. Su intención era pasar su vida por aquellos lugares, anunciando la palabra de Jesús. Sin embargo, lo de Jerusalén ya era conflictivo entonces. Estaba bajo dominio turco y sólo los franciscanos tenían permiso para estar establecidos allí. Dejar a un cristiano predicando por las calles no era seguro ni razonable, más bien una provocación. Así que le obligaron a volverse. Su gozo en un pozo.
¿Qué hacer entonces? ¿Qué quería Dios que hiciera con su vida? Seguía corriendo el reloj. Tenía entonces 32 años. Decidió estudiar. Si pensaba anunciar el Evangelio, si iba a tratar de ayudar a los demás, no parecía descabellado formarse para ello. Así que inició una época de estudios. Primero en Barcelona, donde pasó dos años aprendiendo latín y compartiendo el aula con unos críos que se preguntarían qué pintaba ese hombre mayor estudiando. En Barcelona hizo buenos amigos, gente que hablaba con él y a quienes aconsejaba. Íñigo descubrió que tenía una capacidad especial para este tipo de conversación sobre las cosas más hondas. Era de esas personas con quienes otras se sentían a gusto compartiendo historias, confidencias y búsquedas.
Tras Barcelona se fue a Alcalá de Henares. Ya no estaba solo, pues en Barcelona se le habían juntado otros jóvenes seducidos por la idea de llevar ese mismo tipo de vida y le siguieron a Alcalá, pero allí tuvieron nuevos problemas. Esta vez porque la Inquisición quería saber quién era Íñigo, con qué base hablaba de Dios, y si no estaría quizás fomentando alguna herejía. Aunque no le acusaron de nada, le prohibieron hablar de cosas de Dios con otros, así que abandonó la ciudad y volvió a comenzar en Salamanca. Pero en la ciudad del Tormes le ocurrió de nuevo lo mismo. Sospechas, interrogatorios, juicios... Además, no conseguía centrarse en los estudios. Se le iba demasiado tiempo acompañando a gente que quería hablar con él. Y, claro, como en todas las épocas, si no te centras en los estudios, las cosas no se aprenden solas. Así que, tras otros dos años perdidos, decidió irse a París junto a esos amigos primeros.
José Mª Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
20 marzo 2022 TERCER DOMINGO DE CUARESMA
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA 13/03/2022
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA 13/03/2022
El fracasado que se encontró con Dios
En Loyola, durante una convalecencia que fue larga, porque la pierna destrozada tardo en curarse, Íñigo descubrió a Dios. No es que nunca antes hubiese oído hablar de él. En esa época dios estaba en todas las bocas. A una sociedad muy religiosa. Sin embargo, hasta entonces había sido para él una convención, una rutina, una idea. Durante ese tiempo de enfermedad, al no tener mucho que hacer se dedicó a leer, y los únicos libros que tenía mano eran una vida de Cristo y el relato de las vidas de algunos santos.
Empezó esa lectura sin ganas. Hubiese preferido otro tipo de relatos novelas de caballería o similares, y no esas historias piadosas que no le atraían en absoluto. Pero al ir zambulléndose en esas páginas se dio cuenta de que Dios no era una tradición o una idea, sino alguien muy vivo, muy presente, y empezó a pensar que quería parecerse a aquellos santos que habían hecho grandes cosas movidos por la fe. Ese fue el motivo de un cambio de vida radical. Sus anteriores deseos de fama y poder dieron paso a un nuevo sueño: quería ir a Jerusalén para vivir como Jesús. Ya no quería triunfar ante los hombres sino ante Dios. Y con ese deseo se puso en marcha.
No fue fácil. Primero porque entonces, como ahora, la familia no iba a estar muy de acuerdo, y más bien pensarían que estaba chiflado. Así que tuvo que irse sin contarles demasiado. Empezó con gestos muy llamativos, como cuando le cambió sus ropas de noble a un mendigo o cuando, en
Montserrat dejó sus armas delante de la Virgen. Era como un aventurero haciendo gestos cargados de sentido, pero más bien externos.
Ese fue el punto de partida para volverse de verdad a Dios. Se quedó en Manresa, cerca de Barcelona, intentando aclararse. Lo pasó fatal, llegando incluso a pensar en el suicidio. Poco a poco descubrió de verdad que la fuerza no era suya, sino de Dios. Se supo pecador y, a la vez, perdonado, querido, enviado. Dios es el que ama, el que nos ha creado, el que ilumina nuestras tinieblas. Sólo cuanto aceptó esto y dejó que, de verdad, el protagonista fuese Dios, pudo seguir camino.
José Ma Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 06/03/2022
CUARESMA 2022
El joven que quiso tenerlo todo y fracasó
Como cualquier otro, Íñigo de Loyola fue un joven con sueños, con ideales, con ambición y con proyectos, quiso triunfar, brillar en sociedad, seducir a las damas más distinguidas, ganar títulos, riquezas, honor.
¿Quién no sueña, cuando es joven, con alcanzarlo todo? Te ves triunfante, popular, exitoso. Quieres demostrar tu valía. Ansías vencer, alcanzar tus metas, poder demostrar a la gente cuánto vales. Pues eso hizo el joven Íñigo, el hijo pequeño de la casa de Loyola. En la España de los Reyes Católicos intentó labrarse un nombre.
En Arévalo (Ávila) pasó largos años de educación cortesana. Le gustaba. Era un mundo de señores y damas, de torneos y galantería. No sé con qué podríamos comparar hoy aquellas cortes renacentistas. ¿Serían el equivalente a los personajes frívolos que aparecen en el mundo de corazón? ¿O acaso a los poderosos que mueven los hilos de la sociedad? Un poco de todo. El caso es que, entonces, como ahora, era importante estar bien situado, tener buenos padrinos...
Pero el protector de Íñigo cayó en desgracia ante el rey. Y en aquella sociedad eso implicaba que se cerraban las puertas a sus protegidos. De modo que Íñigo, tras largos años de esperar tener un hueco en la corte, se encontró con que nunca iba a pasar de ser un simple paje.
Entonces lo intentó en el ejército. La carrera militar también era una forma de labrarse un nombre. Por eso entró al servicio del Duque de Nájera, y con él se preparó para la guerra. Sin embargo, cuando la guerra llegó, lejos de ser la ocasión de grandes hazañas, truncó sus sueños. En Pamplona, defendiendo a la ciudad del ataque de un ejército francés, una bala de cañón le destrozó la rodilla y le incapacitó para la vida militar.
¡Vaya gran fracaso! El gran Íñigo pasó de verse triunfando en el mundo a reconocer la derrota más absoluta. Volvió al caserío de Loyola en camilla, hecho polvo y con la sensación de ser una nulidad. Tenía casi 30 años y no había hecho nada.
José Mª Rodríguez Olaizola, SJ
Parroquias de El Buen Pastor, San Ignacio, Araceli (Almería)
Cuarto domingo de Adviento 19/XII/2021
La visita inesperada.
Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. 'Martín, mañana Dios vendrá a verte'. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano y barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
- ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...- se dijo el zapatero.
- Tengo sed -exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:
- 'Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste...Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste...'
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...".
(Adaptado de un cuento de L. Tolstoi)
Tercer domingo de Adviento 12/XII/2021
EL OSO HABLA
Un día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.
El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan durante demasiado tiempo en el poder). Así que furioso por la ausencia del botón, mando buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.
Nadia contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de su familia, lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí la muerte.
- ¿qué es lo más le importa al zar en el mundo?
- Un viejo secreto familiar - dijo el sastre - Pobre zar.
Deseoso de ganarse favores con el zar, el pobre guardia corrió a cantarle al soberano su descubrimiento.
¡El sastre sabía enseñar a hablar a los osos!
El zar pensó durante un momento.
-si en dos años el oso no habla...
Cuando todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en sí de asombro. Su marido, al que pocas horas antes se le había llevado al cadalso, volvía ahora, acaudalado y exultante.
Cuando estuvieron solos, el hombre le contó los hechos - ¡Estás loco! - gritó la mujer
Jorge Bucay
Segundo domingo de Adviento 05/XII/2021
EL ELEFANTE ATADO
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era chico, pregunte a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia:
- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, me olvidé del misterio del elefante y la estaca.
Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: «El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.»
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Imaginé que se dormía agotado y al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día y al otro...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque
¡Cree que no puede!
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Y tú, ¿tienes algo de elefante?
Jorge Bucay.
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: no puedo, no puedo y nunca podré.
Muchos de nosotros crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar ni cuestionar. Esto es lo que nos pasa, vivimos condicionados por el recuerdo de una persona que ya no existe en nosotros, que no pudo. Tu única manera de saber si PUEDES es intentarlo poniendo en ello TODO TU CORAZON!.
El Buen Pastor. S. Ignacio. Araceli.
Adviento 2021
Primer domingo. 28/ XI/ 2021
MIS GALLETITAS
A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren viene con retraso y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al kiosco y compra una revista, un paquete de galletitas y una lata de naranjada. Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén.
Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. De pronto, la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer ver que no ha pasado nada; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe y toma otra galletita. La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita.
- No podrá ser tan caradura - piensa
.. y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- ¡Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa:
- Sinvergüenza.
Siente la boca reseca de ira. Abre el bolso para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas. !Intacto!
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Las cosas no son siempre como pensamos.
Jorge Bucay